De tanto amarte
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Cuando no puedas
En la cafetería de los 10000 cafés
las moscas hacen una escala técnicaA las cosas no les importan los mortales.
Ayer encontré esa foto
que ni recordaba,
y te juro que parecíamos tranquilos
en ese simulacro del papel y de la luz.
Fabián Casas (Argentina)
I
Ustedes dirán que es pura necedad la mía,
que es un desatino lamentarse de la suerte,
y cuantimás de esta tierra pasmada
donde nos olvidó el destino.
La verdad es que cuesta trabajo aclimatarse al hambre.
Y aunque digan que el hambre
repartida entre muchos
toca a menos,
lo único cierto es que todos
aquí
estamos a medio morir
y no tenemos ni siquiera
dónde caernos muertos.
Según parece
ya nos viene de a derecho la de malas.
Nada de que hay que echarle nudo ciego a
este asunto.
Nada de eso.
Desde que el mundo es mundo
hemos andado con el ombligo pegado al
espinazo
y agarrándonos del viento con las uñas.
Se nos regatea hasta la sombra, y a pesar de
todo así seguimos:
medio aturdidos por el maldecido sol
que nos cunde a diario a despedazos,
siempre con la misma jeringa,
como si quisiera revivir más el rescoldo.
Aunque bien sabemos
que ni ardiendo en brasas
se nos prenderá la suerte.
Pero somos porfiados.
Tal vez esto tenga compostura.
El mundo está inundado de gente como
nosotros,
de mucha gente como nosotros.
Y alguien tiene que oírnos,
alguien y algunos más,
aunque les revienten o reboten
nuestros gritos.
No es que seamos alzados,
ni es que le estemos pidiendo limosnas a la
luna.
Ni está en nuestro camino buscar de prisa la
covacha,
o arrancar pa'l monte
cada vez que nos cuchilean los perros.
Alguien tendrá que oírnos.
Cuando dejemos de gruñir como avispas en
enjambre,
o nos volvamos cola de remolino,
o cuando terminemos por escurrirnos sobre
la tierra
como un relámpago de muertos,
entonces
tal vez llegue a todos
el remedio.
II
Cola de relámpago,
remolino de muertos.
Con el vuelo que llevan,
poco les durará el esfuerzo.
Tal vez se acaben deshechos en espuma
o se los trague este aire lleno de cenizas.
Y hasta pueden perderse
yendo a tientas
entre la revuelta oscuridad.
Al fin y al cabo ya son puro escombro.
El alma se han de haber partido
de tanto darle potreones a la vida.
Pueda que se acalambren entre las hebras
heladas de la noche,
O el miedo que los liquide
borrándoles hasta el resuello.
San Mateo amaneció desde ayer con la cara
ensombrecida.
Ruega por nosotros.
Ánimas benditas del purgatorio.
Ruega por nosotros.
Tan alta que está la noche y ni con qué
velarlos.
Ruega por nosotros.
Santo Dios, Santo Inmortal.
Ruega por nosotros.
Ya están todos pachiches de tanto que el sol
les ha sorbido el jugo.
Ruega por nosotros.
Santo san Antoñito.
Ruega por nosotros.
Atajo de malvados, punta de holgazanes
Ruega por nosotros.
Sarta de bribones, retahíla de vagos.
Ruega por nosotros.
Cáfila de bandidos.
Ruega por nosotros.
Al menos éstos ya no vivirán calados por el
hambre.
Juan Rulfo (México)
El Viejo está en una silla, con los músculos en calma.
Tiene los ojos cerrados. Es como si no escuchara
los pasos siempre furtivos
de su joven camarada, que se acerca por detrás
sosteniendo una navaja.
No viene a cortarle el cuello
sino a afeitarle la barba.
Un escondite seguro, una choza de barriada. Es la
hora más oscura
antes de la madrugada. El Viejo, que no es tan viejo,
sentado en su silla, aguarda. Tras él, un hombre
de pie, viene a afeitarle la barba
y a ponerle una peluca
sobre la cabeza calva. Lo oculta de los gendarmes
y sus posibles redadas, lo deja irreconocible
y ni sus propias hermanas
podrían identificarlo
si ahora se lo toparan.
El Viejo, que no es tan viejo, con los músculos en
calma, parece no sospechar
que, en un lejano mañana, el hombre que tiene atrás,
sostenido otras navajas, vendrá a cortarles el
cuello
a treinta mil camaradas.
Pero hoy no viene a matarlo
sino afeitarle la barba. El viejo está una silla
con los músculos en calma.
Óscar de la Porta (México)


