El Viejo está en una silla, con los músculos en calma.
Tiene los ojos cerrados. Es como si no escuchara
los pasos siempre furtivos
de su joven camarada, que se acerca por detrás
sosteniendo una navaja.
No viene a cortarle el cuello
sino a afeitarle la barba.
Un escondite seguro, una choza de barriada. Es la
hora más oscura
antes de la madrugada. El Viejo, que no es tan viejo,
sentado en su silla, aguarda. Tras él, un hombre
de pie, viene a afeitarle la barba
y a ponerle una peluca
sobre la cabeza calva. Lo oculta de los gendarmes
y sus posibles redadas, lo deja irreconocible
y ni sus propias hermanas
podrían identificarlo
si ahora se lo toparan.
El Viejo, que no es tan viejo, con los músculos en
calma, parece no sospechar
que, en un lejano mañana, el hombre que tiene atrás,
sostenido otras navajas, vendrá a cortarles el
cuello
a treinta mil camaradas.
Pero hoy no viene a matarlo
sino afeitarle la barba. El viejo está una silla
con los músculos en calma.
Óscar de la Porta (México)







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