Subscribe to Zinmag Tribune
Subscribe to Zinmag Tribune
Subscribe to Zinmag Tribune by mail

Un texto de Patricia Esteban Erlés

11:21 Publicado por Luis Fernando Giucich

 La habitación 415

Era mi cabronaza favorita. Miraba a la cámara como a una doncella a la que sabía paralizar y enamorar sin remedio con esos ojos helados, demasiado grandes y demasiado azules. Vino porque era la primera mujer a quien le daban el premio Donostia y ella siempre quiso ser la primera. La primera en llevar a los tribunales a una gran compañía, la primera es ser hermosa sin serlo. Llegó con veinte maletas y sus piernas de alambre. Con un cáncer terminal y todo el glamour de las viejas glorias, que sabían aplastar un cigarrillo para explicar la ira de un personaje o mover el brazo como un ala al soltar el humo y devolvérselo a la luz de un foco. Pidió cien dólares al día y que no se le dijera cuándo debía marcharse. Que nadie viera nunca la silla de ruedas que la esperaba entre bambalinas, al pie del ascensor si debía desplazarse. Llegó con sombrero, peluca, cejas pintadas y pestañas postizas. Odiaba asomarse a la ventana y ver al enorme murciélago, un Batman de varios metros de altura que se había colocado justo enfrente, para promocionar la película de Tim Burton. "No le veo los ojos, la cara, eso no es un actor", protestaba. Los ojos, tan importantes. Los ojos de Bette amilanando al cinematógrafo, como siempre. No dejó que le tocara el rostro una jovencita e hizo que volara desde París su maquillador favorito porque algunos paisajes asolados por las llamas no puede pisarlos cualquiera. No quería fotos, solo cámaras de cine que no interrumpieran sus gestos. Caminó bajo la lluvia para saludar a sus admiradores y terminó sus memorias en la suite 415, mirando la bahía de Vizcaya. Apareció fumando, apoyada en un antiguo mueble de aire isabelino y fue la mujer más feliz del mundo ante aquel público que se rendía y era consciente de que aquello no volvería a suceder. Olvidó un pañuelo, quizás a propósito, sobre la mesa del restaurante donde cenó por última vez. Explicó cómo era un Oscar igual que otras recuerdan el rostro o el cuerpo de un amante de juventud, pero ni se dignó a contestar al inoportuno alcalde que le preguntó por esa cretina de la Dietrich.
Empeoró de pronto. ccuando cambió el viento cayó un frío súbito y vino a buscarla un avión ambulancia. Quiso subir por su propio pie los tres peldaños y el sanitario que vio que no lo lograría bajó a su encuentro y le pidió que le hiciera el honor de dejar que la cargara en brazos para que no se sintiera tan humillada por la enfermedad. Murió unos días después en París. Cerró sus enormes ojos de acero en un hospital americano, atendida por doctores americanos. Imposible no rendirse ante su fragilidad de muñeca y la imagen del arsenal de sombrereras y los dieciséis modelitos con zapatos, guantes y tocados a juego con los que viajó a recibir su último premio, por si le hacía falta vestirse dieciséis veces para su público.
Ella era el cine.
Puede ser una imagen en blanco y negro de una persona
Todas las reacciones:
Tú, Cristina Flantains y 59 personas más

You can leave a response, or trackback from your own site.

0 Response to "Un texto de Patricia Esteban Erlés"

Publicar un comentario

Videos

My Blog List