“Es preferible consolarse que ahorcarse.” - Diógenes de Sínope
Antes o después
el día llega.
Hay que doblar pacientemente los fantasmas.
Cerrar los cajones.
Preguntar qué hace esa pluma negra
entre las páginas del libro que amamos.
Antes o después
dejamos de comprender la tragedia
de un zapato abandonado en la calle.
Nos volvemos menos humanos.
O más.
Tratando de aferrarnos
al detalle cotidiano:
pagar la luz,
sacar a pasear al perro,
ver la nueva temporada de nuestra serie favorita.
Antes o después
volvemos a sonreír.
Dejamos de buscar el verbo vacante
a la hora de la mesa.
Nos juntamos con amigos.
Decimos que sí, que claro, que vamos,
y leemos en voz alta un poema
que ya no parece nuestro.
Antes o después
el día llega.
Brindamos el 31 por un año distinto.
Somos animales que sobreviven.
Somos lo que tenemos que ser.
Tendemos la ropa en sogas interminables
sin pensar ni una sola vez en eso.
Y la gente deja de mirarnos
con esa mezcla de incomodidad y lástima.
Ya no quiere abrazarnos.
Lo que resulta un alivio.
Los abrazos de los extraños tienen algo forzado.
Algo desierto como una arruga inmóvil.
¿Por qué me estás abrazando vos
que no me abrazaste nunca?
Sólo nos cruzamos en el almacén, algunas veces,
y cambiamos dos o tres palabras sobre el tiempo.
¿Así es tener un hermano muerto?
¿Ser abrazada, abrazada y abrazada,
por gente que ni siquiera sabe
que mi segundo nombre es Graciela?
Antes o después
nos toca sacrificar al cadáver que regresa.
Ponerlo a dormir
(pero que no le falten las flores,
que no le falte nunca esa parte nuestra que se llevó).
Antes o después.
Antes o después
nos descubrimos cruzando los dedos
para que sea antes.
Raquel Graciela Fernández (Argentina)







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