Una procesión de orugas se comió
Se apagaron finalmente las arenas
dispersando sus cenizas violentas
por las hornacinas de los acantilados.
Menguó la luz, y el cíclope de la soledad
puso su ojo atento en lo profundo
de tu corazón.
Ni la muerte de la mariposa
ni el desamparo amarillo de las hojas
tenían el estruendo de una catarata,
sólo eran emblema, oquedad del tiempo,
resina posterior.
Y el gavilán espiaba
desde su cielo implacable
a las palomas.
Maribel Monero (España)







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